Welcome to the soldier side

BIENVENIDO AL BANDO DE LOS SOLDADOS

Estoy herido. ¿Por qué? La sangre nace a borbotones de la herida en el pecho que acaba de producirme esa vieja espada. ¿Por qué vuelvo a estar en un campo de batalla? Pensaba que esto había terminado para siempre… Ah, ya lo recuerdo. "Sólo una última misión," me dijo el general de brigada, "sólo ésta, coronel. Prepare sus tropas y lance un ataque sobre la ciudad de Draconia en menos de doce horas. Extermínela."
Exterminar, ¡qué término más conveniente para ocultar una matanza indiscriminada! Por eso mismo necesito alejarme del ejército. No puedo seguir matando gente sin razón alguna, acabaré volviéndome loco, si no lo estoy ya. Pero sin protestar y tal vez por puro respeto, obedecí la orden de mi superior y envié mis tropas. Y aquí estoy ahora, a los pies de la muerte.
Escucho a cientos de hombres gritando y batiendo sus armas a mi alrededor. Mis tropas, luchando por un solo hombre, por mí. Los draconianos, luchando por su libertad. Dios mío, ¿qué estoy haciendo? Esta batalla es muy injusta… ¡su ciudad ni siquiera fue avisada del ataque! Aunque a estas alturas es imposible detenerlos a todos…
Oigo a alguien gritar mi rango -coronel- y, tras un par de repeticiones, mi nombre. Alguien me arrastra con gran dificultad fuera del campo de batalla, peleando por salvarme.
- ¡Coronel, coronel! ¿Se encuentra bien? -escucho la voz de mi hermano, que es teniente primero, siempre tan atento y encima de mí. Pero ya no tendrá por qué preocuparse a partir de ahora, pues dudo que tarde mucho en abandonar este cruel mundo, en el que existen personas que, con tal de salir beneficiados a toda costa, son capaces de mentir al más fiel de sus seguidores, o incluso a su propio país, y hacer la guerra con sus semejantes. Intento pronunciar su nombre, pero ahora, aparte de los gritos de los soldados, oigo sollozos, y no sé con certeza si provienen de él o de mí mismo.
¿Qué ocurre? Ya no oigo el chocar de espadas, aunque sigo escuchando los alaridos de dolor de los cientos de hombres, de seres humanos, que me rodean. ¿Qué? ¿Quién grita “victoria”? ¿Son… mis soldados? ¿Por qué lo hacen? ¿Es que acaso desconocen el significado de esa palabra? Sí, yo mismo no me había dado cuenta hasta hace poco de su verdadero significado, usándola siempre al acabar una batalla y derrotar al enemigo. ¿Cómo es posible que nunca me haya percatado de que, en una guerra, nunca nadie sale victorioso? La única manera de ganar algo sería la ausencia de la misma batalla. ¡Callaos!, deseo gritar en este momento, en que sobre el césped donde estoy tumbado empieza a surgir un gran charco de sangre. Se me nubla la vista, no veo nada… Sólo siento la presencia de mi hermano y la mía… Y la de mil hombres muertos a mi alrededor. Irónico, ¿verdad? ¿Acaso puede sentirse la presencia de un muerto? Pero estos no son muertos cualesquiera. Son hombres que han perecido luchando. Todos, los ishbalitas y mis tropas, unos mueren obedeciendo a un hombre, y los otros simplemente defendiéndose, luchando por la libertad, por sus ideales y sus familias. Pero en el campo de batalla, en el corazón de la tierra donde ahora yacen, son simplemente hombres, sin distinción alguna. Sólo seres humanos.
Escucho a lo lejos las viejas campanas del infierno, aclamando a un nuevo ángel caído, porque, si aún quedaba alguna duda sobre mi destino, yo la disipo, ya que de ninguna forma podría ir a Cielo, después de esta vida repleta de pecados. Sonrío amargamente ante los débiles sollozos de mi hermano. Debe de ser muy duro ver morir a un ser querido y no poder hacer nada por evitarlo. En mi mente sólo resuena una frase, la que habitase ahí desde hace algunos años: “Bienvenido al bando de los soldados”. La pronunció aquel viejo coronel, al que ahora yo sustituyo, al entrar en el ejército. Bienvenido al bando de los soldados, bienvenido al bando de los soldados… bienvenido al bando en que unas personas matan a otros seres humanos, destrozan familias, pueblos, ciudades, países… pero también destruyen las ilusiones y esperanzas de miles de personas. Y están eliminando el mundo entero y la paz mundial, si es que ha existido alguna vez. De ser así, lleva milenios muriendo. ¡Qué arduo y amargo es vivir en este bando! Intento hablar de nuevo, pero lo único que sale de mi garganta es un ronco y extraño sonido, algo como un gemido. ¿Qué es esto? Noto mis mejillas cálidas y algo húmedo las recorre lentamente. Son lágrimas, que se mezclan con la sangre que inunda mi cara… ¡Lágrimas de sangre! ¿Son estas las lágrimas de un demonio?
Hermano… dile a madre que la quiero… Intento hacerle llegar este mensaje, pero no puedo hacer más que titubear algo incomprensible incluso para mí. Hermano… hermano… ¿Quieres que le diga algo a padre? Me lo encontraré en el infierno, pues seguí su mismo camino. Y tú seguiste el nuestro, triste ángel caído.
Deseo gritar y, tras un par de leves gemidos y gruñidos, lo consigo. Grito con todas mis fuerzas, quizás por puro dolor, pero en el fondo también es para alejar de mí a esos fantasmas que me han acechado y atemorizado durante toda mi vida.
Escucho a la muerte. Anega mi alma con una inmensa mano negra y tira de ella tan fuerte que siento un insoportable dolor como si me estuvieran arrancando las entrañas. Pero, pese a esto, sonrío. Me lo tengo merecido. Por fin ha llegado mi hora, aunque debería haber sido mucho antes. En fin… Hermano, hermano, no llores, por favor… Definitivamente, la gente crece para morir; sobretodo en este bando de asesinos. Morir y matar.

Ya no siento dolor, ahora sólo paz y tranquilidad.
Adiós, mi querido hermano, y bienvenido al bando de los soldados.